Primer capítulo de «Peregrino a Finisterre»

CADA UNO SU CAMINO

Navarra es la Muerte, La Rioja es el Purgatorio, Castilla es el Infierno y Galicia es el Cielo.

Dicho popular.

Y Finisterre es el Renacimiento…

Añadimos otros.

En las pocas palabras que acabas de leer se puede resumir toda mi visión sobre el Camino de Santiago y su prolongación a Finisterre. Y por lo tanto, también sintetizan el contenido de este libro.

«Cada uno su camino» me parece la única afirmación válida para toda aquella persona que realiza la peregrinación al occidente gallego. Sigue tu camino, que nada ni nadie te aparte de él y tampoco apartes a nadie del suyo. Fluye y deja fluir. Bajo este lema todos podemos convivir y compartir respetuosamente sean cuales sean nuestras motivaciones o creencias mientras caminamos hacia Santiago y Finisterre. El Camino debería ser un patrimonio de todos, un patrimonio de la humanidad, nunca mejor dicho, nadie debería intentar monopolizarlo ni apropiarse de él. Si existiera un pórtico ideal de entrada al Camino de Santiago, esta afirmación debería estar escrita en letras doradas sobre su frontispicio. Todo lo que se diga más allá de este enunciado es únicamente opinión y vivencia subjetiva. Luego todo lo escrito en este libro así lo es.

Si «cada uno su camino» es el axioma global, en cambio el dicho popular y el añadido posterior que lo acompañan son la piedra angular de mi visión personal del Camino de Santiago. Este dicho lo escuché por primera vez durante mi primer peregrinaje, no recuerdo quién me lo dijo y no lo entendí en su día, pero se me quedó clavado en la memoria como si intuyera su importancia. Según han pasado los años —y los Caminos— me fui dando cuenta de la profundidad que escondían estas palabras. Fueron el primer paso para empezar a atisbar y comprender los procesos que vivimos muchas personas al realizar la peregrinación así como el gran simbolismo que la rodea. Son unas palabras con un obvio sabor dantesco, recuerdan al periplo que Dante realiza por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso durante su Divina comedia (1304-1321), y vendrían a explicar que el Camino, como ocurre con la obra del escritor italiano, es una alegoría de la existencia y del sendero de la virtud que la persona deberá recorrer en vida para poder alcanzar la plenitud, o la salvación en el caso del cristianismo. El peregrinaje se convierte de este modo en una alegoría de la vida: en él nacerás, crecerás, madurarás y morirás simbólicamente.

Desplegando estas ideas iniciales y conjugándolas con mi experiencia real de peregrinaje, el Camino de Santiago termina revelándose como un potencial proceso de transformación tanto a nivel físico como psicológico, en el que el peregrino puede pasar por una serie de diferentes fases que están aproximadamente determinadas por el entorno geográfico, su situación personal y el tiempo que lleva caminando. Un proceso que puede suponer un viaje muy íntimo de purificación, muerte y renovación donde el caminante reproduce o ritualiza su vida sobre la geografía del Camino, pudiendo llevarle todo ello a importantes cambios posteriores.

Al comenzar el Camino de Santiago morimos simbólicamente en la vida real, a la vez que nacemos como peregrinos a la vida del Camino —Navarra es la Muerte—. Esa muerte y nacimiento coincidentes en el tiempo, suponen una crisis inicial caracterizada por un fuerte ajuste físico, material y actitudinal que puede generar bastante dolor; será el primer reto que el Camino nos va a plantear y requerirá de un esfuerzo adaptativo por parte del peregrino para poder seguir adelante —La Rioja es el Purgatorio—. Una vez dominados los primeros desafíos y estando ya asentados en la nueva vida caminera, el peregrino se enfrentará ahora a otras dificultades, esta vez de carácter más íntimo, es la hora del ajuste interior y psicológico, es el tránsito por el desierto de la Meseta, el momento de alcanzar el centro del laberinto… allí donde los demonios revolotearán en torno a nuestras cabezas y los conflictos latentes empezarán a supurar en la soledad del páramo castellano —Castilla es el Infierno—. Transitada la Meseta, el caminante empieza a sacar las primeras conclusiones de su viaje, irá madurando lo que está suponiendo el Camino para él, esto ocurrirá a partir de León y mientras recorre la Maragatería y El Bierzo —epílogos del Infierno mesetario y antesalas del Cielo galaico—. Llegados a tierras gallegas, comenzará la integración de todo lo vivido y sentiremos que nuestra meta está muy cerca, por lo que caminaremos más alegres y confiados, el Camino se convierte en una fiesta —Galicia es el Cielo—. Pero aún falta terminar, ¿y dónde hacerlo?, ¿en Santiago? Para la mayoría de los peregrinos Compostela es el final, pero muchos otros creemos que el final natural del Camino está más allá de Santiago, más allá de la tumba y de lo aparente; muchos pensamos y sentimos que el final está en Finisterre, el confín del mundo antiguo, allí donde el Camino se topa con el océano y ya no es posible seguir caminando. Finis Terrae es el sitio ideal donde poder ritualizar el final del peregrinaje y cerrar los círculos que se han ido abriendo durante el Camino. El peregrino muere simbólicamente en Santiago y resucita frente a la eternidad del océano —y Finisterre es el Renacimiento…— para poder volver renovado a la vida real, el verdadero camino.

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Muchos de los que acabáis de leer estos primeros párrafos estaréis afirmando tajantemente que no es cierto, que toda esta visión del peregrinaje a Galicia no es real. Y lo diréis con conocimiento de causa ya que habéis hecho el Camino y nunca experimentasteis nada de lo que yo acabo de describir. Y tenéis toda la razón, ya que no todo el mundo vive de esta forma el Camino, igual que la vida cotidiana es vivida y percibida de forma distinta por cada uno de nosotros. Pero sí muchas personas lo vivimos más o menos de esta manera, es verdad que con muchas variaciones y elementos distintos, pero siempre con esos componentes comunes de viaje interior y proceso de transformación; y quizás lo sea así porque lo buscamos, lo deseamos y lo necesitamos. Lo que vengo a describir en estas páginas es una forma más de entender el Camino entre muchas otras. Hay tantas visiones del Camino como peregrinos lo recorren, y todas ellas son igual de válidas y valiosas. Cada uno su camino.

Las hipótesis que planteo en este libro ni son novedosas ni son una fórmula matemática que cuadre perfectamente con toda persona que realice el Camino. Sería absurdo y ridículo plantear algo así. He experimentado, observado y compartido con otros muchos peregrinos que este proceso que describo se suele dar en mayor o menor medida en muchas personas, aunque con infinitas tipologías y variaciones. Creo que la peregrinación predispone a este proceso de transformación aunque no todo el mundo lo lleva a cabo. Cada persona es un mundo y creo que el Camino habla a cada uno en su propio idioma. Aun así, para mí la peregrinación ideal a Galicia, mi Camino ideal, sería el que es realizado a pie, solo, de seguido y desde Roncesvalles a Finisterre.

El peregrinaje es un proceso muy complejo e imposible de sistematizar. Las fases o dinámicas que expondré a continuación acontecen o no en un tiempo imposible de determinar, ya que en el Camino el tiempo es distinto y relativo para cada peregrino. Este libro es un planteamiento de peregrinaje ideal en una geografía ideal que quiere servir de guía o referencia orientativa a otros procesos reales, individuales y diversos. Más allá del canon geográfico que planteo está el esquema de peregrinación: un viaje íntimo que se repite a menudo al margen del tiempo y el espacio. Es un esquema que se puede aplicar a un tiempo y a una geografía diferentes, asumiendo que quizás solo se compartan algunos elementos y donde habitualmente suelen aparecer otros muchos nuevos e inesperados. Para este proceso se suele requerir tiempo, es un guiso a fuego lento, aunque también he conocido a personas a las que en pocos días —empezando desde Sarria, por ejemplo— el peregrinaje ha terminado por impactar de manera espectacular, en ocasiones mucho más que a peregrinos que vienen de lejos.



El Camino es una realidad tan subjetiva, compleja e inabarcable que siempre acabará desbordando la razón y las palabras que intenten explicarlo. Es una experiencia tan poliédrica y difícil de asir que siempre excederá la geometría de cualquier libro. Siempre terminará escapándose como el agua entre los dedos. El Camino es sobre todo experiencial, así que calcémonos las botas y la mochila, cojamos el bordón y pongámonos a seguir las flechas amarillas hasta que ya no queden más, asumiendo que más que intentar comprenderlo deberíamos dedicarnos a vivirlo, disfrutarlo y contemplarlo.

Estas páginas se han forjado en el Camino. Son la esencia última de todas las experiencias, aprendizajes y conclusiones emanadas de mis distintos Caminos realizados, que ya son unos cuantos aunque no demasiados. La escritura de este libro comenzó como un intento de ensayo con espíritu racionalista y científico que diera respuesta a las preguntas: ¿qué es el Camino de Santiago?, y sobre todo ¿qué nos ocurre a los peregrinos cuando lo recorremos? Y aunque la razón es muy poderosa, no tardé mucho tiempo en ser consciente de las limitaciones de tal empresa, teniendo mi primera crisis y renuncia a los pocos meses de comenzar a escribir. Estaba claro que era imposible abordar íntegramente el Camino solo desde la razón, era una visión demasiado parcial y limitada de la realidad que vive el peregrino. Era evidente y obligado que hacía falta asumir mucha subjetividad para poder entrar en ciertos ámbitos —el Camino es un territorio plagado de subjetividad—, así que decidí que allá donde no llegara la razón intentaría hacerlo con la literatura.

Al mismo tiempo, terminé estructurando el libro en función de la ruta. Los diferentes capítulos serían las distintas regiones por las que transita el Camino, no quedaba otra, si el libro aspiraba a ser espejo del peregrinaje también lo tenía que ser de su geografía. Como tampoco se podía eludir describir la orografía que atraviesa, visitar algunas de sus principales joyas arquitectónicas y esbozar un puñado de consejos prácticos sobre el día a día peregrino sin caer en los detalles de una guía.

Seguí escribiendo y caminando, y me perdí, vaya si me perdí. Empecé a buscar relaciones y a trazar simetrías sin ponerme límites previos, encontrando sugerentes paralelismos con la vía mística cristiana o los más obvios ciclos de la naturaleza, las edades del ser humano y el viaje diario del sol entre otros. Fue durante esa búsqueda cuando me topé con Joseph Campbell y su «monomito», el cual desarrolla en su maravilloso libro El héroe de las mil caras (1949). Descubrí que su «viaje del héroe» tenía mucho que ver con el viaje del Peregrino a Finisterre. Por lo que dejé que el libro se nutriera alegremente de este, dotándole de esta forma de una estructura más definida y fuerte.



Continué buscando reflejos del Camino. Y en uno de esos rastreos me di cuenta de que el tarot también escondía su propio «viaje del héroe», protagonizado en este caso por sus arcanos mayores. El tarot fue la puerta de entrada a un ámbito ineludible en la peregrinación jacobea por su fuerte tradición y presencia en ella desde hace siglos, así como por la amplia e influyente bibliografía existente al respecto. Me refiero a los aspectos esotéricos del Camino de Santiago. Es verdad que no coincido en conclusiones ni en contenidos con estas interpretaciones, pero sí extraje de ellas una poderosa riqueza simbólica y evocadora que he empleado en estas páginas con una finalidad meramente estética y explicativa. Decidí condimentar el libro con alegorías, símbolos e imágenes de origen esotérico relacionadas con el Camino de Santiago y el proceso de peregrinación; como es el caso de la alquimia, cuya búsqueda de la piedra filosofal se equipara simbólicamente en su tradición bibliográfica con la peregrinación a Compostela; o el juego de la oca, considerado por muchos como un mapa secreto y simbólico del Camino; y los laberintos de las iglesias medievales, supuestamente vinculados a los caminos de peregrinación. Esta fase de la escritura fue toda una borrachera de alegorías y símbolos donde acabé enredado dulcemente en libros de alquimia y esoterismo, provocando todo ello una posterior resaca purgativa.

Quiero dejar claro que en este libro no hay nada sobrenatural, pero eso no quiere decir que me haya privado de recorrer territorios de lo irracional, lo onírico y lo inconsciente que están al margen de lo racional —pero no por ello al margen de lo material— porque pienso que renunciar a estos ámbitos que pueblan el Camino —y la vida— es renunciar a entender su totalidad.

Tras la purga esotérica, y a esas alturas de lo escrito, creí haber alcanzado algunas certezas, pero fue entonces cuando el libro de repente se fue curvando y subjetivando aún más y más, como si él mismo recorriera su propia «Meseta». Lo que estaba ocurriendo era que yo también había pasado a formar parte del libro, casi sin darme cuenta, como el Bastian de La historia interminable (1979) de Michael Ende. Era imposible continuar sin incluirme y estaba cada vez más claro que lo que estaba escribiendo era mi propia historia en el Camino. Era evidente que solo desde el testimonio y la experiencia personal se podía dar relieve, vida y profundidad al escenario de la peregrinación. Si el Camino es un escenario no podía explicarlo dejándolo vacío. Todo ello cristalizó en muchas partes del texto que funcionan casi como un diario personal de mis peregrinaciones, así como en los relatos que hay intercalados, los cuales son todos reales o todo lo reales que han permanecido almacenados en mi memoria; todos ellos fueron vividos en primera persona o me fueron contados por los peregrinos que protagonizaron esas historias.

Transitada esta geografía íntima del libro, por fin sentí que ya había llegado la hora de cerrar y definir, así que intenté amarrar y armonizar todos los distintos ámbitos y estructuras construidas desde el principio, no quería ni podía perder ninguna de ellas. Escribir se convirtió en ese momento en un doloroso proceso consistente en resolver un naufragio de párrafos, temas y distintos niveles narrativos a menudo muy contradictorios entre sí. Esto ha provocado que el libro finalmente tenga más de literatura que de otra cosa, en el fondo es un libro de viajes a la vieja usanza pero con hechuras de ensayo, o viceversa. Todo está inventado, no hay nada nuevo bajo el sol, Campbell tenía razón… Espero que en ese intento de salvamento y donoso escrutinio haya conseguido cierta armonía que hagan estas páginas digeribles e incluso entretenidas, con eso me bastaría. ¡Buen camino!

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